De M.Mont - Junio. 7 , 2017
Detrás de todo lo exquisito,
siempre hay algo de trágico
El retrato de Dorian Gray, Óscar Wilde
Eric Sandoval se levanta de su cama después de un sueño inquieto. Se talla los ojos para sacudirse las lagañas que adhieren sus parpados. Clava los codos en sus muslos y hunde el rostro entre sus manos. En su escritorio, bajo del retrato de su infancia, descubre unas hojas de papel dobladas. Las despliega y lee:
Mi querido Eric Sandoval:
Ya te imagino, a penas puedes sostener esta carta por la debilidad de tu cuerpo. Apuesto que te esfuerzas por leerla, ya que el temblor de las manos mueve las palabras. Tienes el estómago revuelto, la boca escaldada y te resulta imposible revivir la última noche. Te ayudaré en lo último. Ése es el motivo de este escrito. Te conozco bien: toda la fiesta, a la cual acudiste hace unas cuantas horas, ha quedado envuelta en la bruma. Sí, así es Sandoval, el paso desmedido de alcohol por tu cerebro ha erosionado tu mente, ha ocasionado que el olvido sea como una mancha en tu memoria que abarca más allá de donde se originó.
“Te lo voy a detallar: abriste la puerta con tu postura serena, se podría decir discreta, con un poco de pena. Laura, la anfitriona de la fiesta, se adelantó para saludarte. Su falda, un poco arriba de las rodillas, te incendió la sangre. “Sabía que vendrías; tú nunca me fallas”, dijo con un fuerte abrazo. Te sentiste un poco incómodo, porque no conocías a nadie. Las miradas escrutadoras te desconcertaron. No sabías cómo reaccionar. En el centro de la fiesta echaste una mirada. “Puros snobs”, murmuraste. Una vez que rechazaste la invitación de Laura para bailar, te serviste una cuba y te acercaste al infaltable círculo donde se la pasan bebiendo. “Con una fuerte dosis de alcohol soy capaz de tolerar la música y a la gente”, gruñiste. Escuchabas con detenimiento la plática. Esperabas el momento oportuno para externar algún comentario. Siempre al principio eres reservado. Sin embargo, con unas cuantas copas te adueñas de la palabra y muestras tu genio. Ya con las mejillas encendidas ventilaste tu punto de vista acerca de las relaciones sentimentales: “Si el noviazgo es un jaula, el matrimonio es una cárcel de alta seguridad, casarse es como tener una deuda con la mafia: te vigilan, te hostigan por teléfono y te quitan todo tu dinero”. Con un poco de alcohol te gusta ser el centro de atención. Al terminar tu sentencia, animado por las risas de los demás, bebiste de golpe la mitad del vaso. Mientras apurabas la bebida, mirabas furtivamente los muslos de Laura.
“Tienes mucha gracia, Sandoval. De verdad tienes el don del sarcasmo, el cual destelló cuando argumentaste: “Las generaciones contemporáneas no son consecuentes. Ése es su principal problema: sus palabras nunca van de acuerdo con sus actos. Sólo quieren quedar bien ante los demás”. De nuevo, mientras decías eso, mirabas por el rabillo del ojo el trasero de Laura.
“Sí, aceptémoslo, tienes carisma. Por cada tema abordado en la noche tenías guardada una buena carta de irreverencia. Fuiste dotado de ingenio, espontaneidad y de un gran sentido del humor. Hasta tu risa es contagiosa. Eres capaz de sostener una plática amena y detonar carcajadas con tus comentarios y anécdotas. Algunas veces, gente recién conocida, notan en ti cierta nobleza que te ceden su confianza para exponer su corazón. Yo no sé cómo hacen eso, si eres capaz de arrancárselo, venderlo como víscera y utilizar la grasa del muerto para sacarle brillo a tus zapatos, después ir a una fiesta y presumir el resplandor de tu calzado.
“Tu afán por ser admirado y llamar la atención te hace falsear la realidad. Pero para todo hay un límite, Sandoval, los largos y presuntuosos monólogos acerca de tu persona te hartan, pero no puedes parar. Hablas por tanto tiempo que tu voz se torna ronca. Te das cuenta de inconsistencias y el miedo a ser descubierto en tus mentiras hace una inflexión en tu voz. Y todo por la ambición de ser diferente, de llamar la atención. Quién iba a imaginar, Sandoval, que con el paso de los años te convertirías en el clásico tipo hablador, como el tío que tanto detestas.
“Con el transcurso de la noche, y por supuesto de las copas, la manera en que mirabas a Laura era con una lujuria descarada. Por lo tanto no perdiste de vista su traspié. A pesar de la ebriedad tus sentidos se pusieron alerta. En el estado en que se encontraba era muy fácil aprovecharse de ella. Unas amigas de Laura se adelantaron y le recomendaron llevarla a dormir. La sujetaron, pero no lograban avanzar y ofreciste asistirlas. “Yo la llevo”. Lanzaron una mirada sospechosa. “Despreocúpense. Soy incapaz de hacerle daño; somos amigos desde la infancia, ¿verdad?” Te dirigiste a Laura, y ella, con la mirada desenfocada, balbuceó un “sí” y movió la cabeza para aseverarlo. La cargaste con tus dos brazos e hiciste un esfuerzo de voluntad enorme para aparentar estar sobrio y darle seguridad a esas “puercas”, así les llamaste. De igual manera te resultó difícil ocultar tu miembro firme, apretado bajo el pantalón. Te dio mucho trabajo subir las escaleras con Laura en tus brazos, pero el impulso sexual, ése mismo que te ha metido en innumerables problemas, te dio la fuerza necesaria para llegar hasta su cuarto. La tendiste con gentileza en la cama. Sacaste tu cabeza por la puerta para asegurarte que no había nadie en el pasillo y cerraste la recamara con seguro. Espuma lasciva se derramaba por tu boca.
“No lo recuerdas, ¿verdad? Ahora empiezas a saber el porqué. No tienes el valor de ver de frente tus problemas. ¿Sabes cómo se le llama a eso? Negación. No te preocupes, muchas personas lo sufren, rameras y asesinos entre otros. Déjame continuar. Una vez que tenías enfrente de ti a Laura sentiste un leve temblor de excitación en todo tu cuerpo. Tu respiración se hizo forzosa. Te acercaste a ella. Te acostaste a su lado. Le desabotonaste la blusa con delicadeza para no alterarla, tocaste sus pechos por encima del brasier, rozaste sus pezones con la yema de los dedos, tuviste un embate de éxtasis al manosear sus piernas mientras aspirabas su fragancia. Cuando le quitabas su falda, hizo un movimiento. “Tranquila, Laura, soy yo, Eric”, murmuraste para serenarla.
“Qué más te puedo decir, Sandoval, mi intención no es que tengas un motivo para masturbarte. Lo que no puedo pasar por alto es que ni siquiera usaste protección, esperemos que tu perversidad no sea contagiosa, además te aprovechaste de ella, de su inconsciencia, de su confianza. “La culpa la tiene ella por provocadora. Quién la manda vestirse así”. Es tu pretexto. “Los débiles son los que le tienen miedo al escándalo, ya que no tienen el valor para hacer algo diferente”, es tu móvil. Sin embargo, no le tienes miedo al escándalo, sino al ridículo, por eso en la sobriedad te desenvuelves con tanta diligencia. Bueno, por lo menos, ahora no robaste para conseguir más alcohol, ni peleaste por nimiedades, o hablaste mal de alguien a sus espaldas. Ya no tomas para divertirte, sino para darte valor para realizar tus fechorías y no sentir remordimiento al día siguiente. Ya no sientes nada. Todo ha dejado de preocuparte, de ser importante.
“¡Ay, Sandoval! Si vieras la carcajada que contengo cada vez que presumes tu hombría. Si pudieran palpar tu almohada notarían la humedad salada que hay en ella por tus lágrimas, si las paredes guardaran sonidos encontrarían la resonancia de tus sollozos. En esas noches donde la cama se convierte en una cripta, embalsamado por la confusión, vendado por las cobijas, relleno de mirra alcohólica por los excesos; noches donde sueñas con traiciones, muerte, espectros que pronuncian tu nombre; noches en las cuales te levantas con tus propios gritos, ocasionados por las pesadillas que te hacen dudar de tu cordura; noches agónicas, eternas, confusas, donde la soledad te carga de angustia, en que tu cabeza se revuelve, sientes vértigos que te provocan náuseas y hacen que encajes las uñas en las sábanas, para contrarrestar la sensación de levantarte del suelo; noches en las cuales los fantasmas del pasado salen se desprenden de las telarañas de tu mente, para recordarte fracasos y perjurios los cuales creías superados. Repruebas el matrimonio y el abandono de sí mismo en las relaciones. Siempre te has preguntado: “¿Qué estúpido liga su vida a otra para reducirla?” Sin embargo, esas noches añoras la compañía de alguien para atender y aliviar tu dolor.
“Siéntete libre de reír o de llorar, Sandoval, tú mismo has cavado tu propia tumba. Siempre sabes lo que sigue después de beber: Resucitas cada mañana con el corazón lleno de costras por todas esas noches de aflicción que arrastras. Tus heridas no cicatrizarán, lo sabes. Se abrirán en cuanto vuelvas a beber. Entonces te emponzoñaran el cuerpo entero y ése veneno llegará hasta tu mente. Te mirarás al espejo y te engañaras: “¡Yo no hice eso! ¡Yo no dije eso! ¡Me estoy volviendo loco!” Sin embargo, el espejo te repetirá con la mirada perversa que tú eres el culpable. Mirarás las fotos de tu infancia y te preguntarás: “¿Qué ha pasado conmigo? ¿Qué le ha pasado a mi mirada? ¿Adónde se fueron toda la nobleza, toda la inocencia y todas las esperanzas?” De nuevo prometerás cambiar, pero no puedes derribar las paredes de tu propia prisión.
“Te surgirá la duda de dónde provengo yo y por qué sé tanto de ti. Muy bien, Sandoval, pues soy el niño que cada día ves colgado en la pared de tu cuarto. Que al azotar la puerta oscila como un colgado cuando llegas más muerto que vivo. Que ha tomado vida a partir de tu aliento luctuoso y la saliva sulfurosa que envicia la recámara. He nacido a partir de todas tus mentiras, ínfulas y traiciones. Por eso te escribo, porque me dueles, Sandoval. Ésas noches también han sido sórdidas para mí. Las he llorado en silencio a tu lado. He derramado lágrimas secas por tu culpa. Cada noche que veo tu cara de muerto, te cuido en secreto y comparto tu soledad. Miro a distancia aquella función de sufrimiento realizada en tu cuarto, en la que tú eres el protagonista. Soy tú esas mismas noches de angustia, lo único diferente es la lucidez en esos momentos para poder detallártelos y reclamarte que estoy harto de todo de los malestares físicos y las secuelas emocionales. Soy la nobleza, la bondad, la sinceridad desvanecida a lo largo de los años, intactos en la imagen, mientras veo como te vas consumiendo. Espero, mi querido Eric Sandoval, atiendas mis súplicas para recuperar la mirada que tanto anhelas, de la fotografía que cuelga en la pared de tu cuarto”.
Eric Sandoval masajea sus sienes. Libera una bocanada de aire. Agita la cabeza. Se viste un pantalón y se calza unas sandalias. Hace jirones las hojas de papel y las tira en el cesto de basura. Mira fijamente el retrato. Lo desprende de la pared y sale del cuarto. Regresa con una cerveza en la mano derecha y sostiene un cuadro con la portada de su disco favorito bajo el brazo izquierdo. Lo coloca donde por años colgó el retrato de su infancia. Da un gran sorbo a su bebida, lanza un suspiro de alivio y susurra: “Así está mucho mejor”.
M.Mont

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