De Paula Clerici & Facundo Cruz. 21 de Noviembre de 2017.
Este artículo fue publicado primero en; El Gato y La Caja.
https://elgatoylacaja.com.ar/ciencia-politica/
Este artículo fue publicado primero en; El Gato y La Caja.
https://elgatoylacaja.com.ar/ciencia-politica/
“En nuestra época no es posible ‘mantenerse alejado de la política’.
Todos los problemas son problemas políticos
y la política es una masa de mentiras, evasiones, locura, odio y esquizofrenia.”
George Orwell, La política y el lenguaje Inglés (1946)
Pensar la ciencia como forma de ver, no como área. Como cómo, no como qué. Recortar un pedazo de Universo y comprimirlo, tratar de modelarlo, explicarlo, predecirlo; sin restricciones ni prejuicios.
Cuando leímos ‘Vos, yo, la ciencia, pensalo’ nos sentimos menos solos en este mundo. Nos sentimos queridos. Como si hablara de nosotros, de nuestro día a día. Encontramos en un físico a un colega inesperado. Uno que describe su trabajo desde la regularidades y las cotidianidades que compartimos por sobre las que nos separan. Regularidades que tienen que ver con plantear hipótesis, definir variables, elegir métodos que testeen esas hipótesis, lograr que de los datos emerja discurso y no al revés. Porque resulta que los politólogos también podemos hacer ciencia.
¿Cómo? Buscamos regularidades en los fenómenos políticos y hacemos inferencias sobre sus posibles causas a partir de evidencia empírica, de datos. Datos que pueden ser abordados en términos cuantificables o categorizables. Así, conceptos como ‘tipo de régimen político’ pueden operacionalizarse (volverse ‘observables’, medirse) en una escala que va del 0 al 1, donde 0 es ‘autoritarismo’ y 1 es ‘democracia’. De esta forma, es posible ubicar los países en posiciones relativas unos de otros, tal como realiza el proyecto internacional Varieties of Democracy (V-Dem). También puede abordarse como un fenómeno con categorías ordinales: dictadura-dictablanda-democradura-democracia, lo que nos permite decir que un Estado cuyo tipo de régimen es una democradura es más democrático que una dictablanda, pero menos que una democracia.
Para construir estos indicadores, los investigadores tomamos distintas fuentes, datos que provienen tanto de estadísticas oficiales (por ejemplo, electores habilitados para votar en cada provincia, el padrón electoral) como de leyes (podría ser el Código Nacional Electoral de nuestro país, Ley N°19945), discursos o entrevistas (como las que dan los candidatos durante campañas electorales), encuestas (sondeos electorales), o focus groups (entrevistas grupales donde se recogen percepciones, por ejemplo, sobre los candidatos).
Información que ordenamos por medio de clasificaciones, taxonomías e indicadores existentes o que vamos construyendo nosotros mismos para encarar fenómenos políticos y sociales.
También estudiamos los casos o unidades donde se expresan o donde interactúan con otros: partidos políticos, gobiernos, congresos, sindicatos, organismos multilaterales, ONGs, votantes, ciudadanos, trabajadores, ministros, activistas, legisladores, presidentes, empresarios, gobernadores, elecciones, clase media, élites, pobreza, guerras, golpes de Estado, revoluciones, democracia. La lista es enorme, y también lo que podemos ver en aquello que la compone. Así, por ejemplo, observamos la distribución –en la enorme mayoría de los casos– desigual del poder, la forma en la que se toman decisiones, la relación entre unos y otros, la influencia de unos sobre otros, los procesos, los resultados, los impactos. Ordenamos, observamos, describimos y ensayamos explicaciones.
Es importante aclarar que, a diferencia de las ciencias ‘duras’, a nosotros nos toca bailar con un objeto de estudio intrínsecamente subjetivo. Poco se puede debatir sobre cuánto pesa la manzana con la que ensayamos nuestros experimentos de caída libre; sin embargo, bastante puede debatirse respecto a cuán democrático es determinado gobierno. Por eso mismo, el desafío es encarar nuestros estudios con la mayor rigurosidad metodológica posible, y nunca olvidando que a nuestra subjetividad como observadores (que también sufren las ciencias ‘duras’) se suma la propia subjetividad de nuestras manzanas políticas.
Ciencia hay una sola
…y método científico también (aunque a veces sea menos metódico de lo que discutimos abiertamente). Esta tarea suele hacerse a través de dos caminos posibles: muchas veces, cuanto más sabemos de un tema, más preguntas tenemos. Estas preguntas tienden a tener respuestas tentativas (hipótesis) que guían la investigación.
Cuando esto ocurre establecemos un camino lógico de pasos para poder, con evidencia empírica, testear estas hipótesis y saber si lo que pensábamos del fenómeno se condice con lo que la realidad nos ‘devuelve’. Este es el camino que llamamos deductivo. Pero no es el único. El camino inductivo, por su parte, implica que a medida que observamos y analizamos la realidad, vamos encontrando relaciones entre fenómenos que se repiten una y otra vez hasta generar un patrón y permitirnos postular algún nivel de generalización.
¿Dónde está la diferencia entre la ciencia política y la que practica nuestro colega físico, entonces? Hay una que es evidente: lidiamos con un objeto de estudio compuesto por seres que tienen agencia propia y subjetividad (y que, además, pueden dar cuenta de sus actos y sentimientos). Difícilmente una molécula de hidrógeno pueda estar triste por estar atrapada en un tubo de ensayo; más difícil todavía es pensar que esa molécula es introspectiva y puede dar cuenta de sus propios actos. Como todo científico que estudie personas –sus comportamientos, sus interacciones con otros y lo que de esas interacciones emerge–, nosotros lidiamos con generalizar actitudes de seres que se explican a sí mismos y están en condiciones de discutir nuestros hallazgos, aun cuando nuestras regresiones tengan el R cuadrado altísimo (cosa que, incluso así, puede fallar).
Hay otras tres cosas que los que estudiamos ciencia política necesitamos tener muy a la vista: la necesidad permanente de conceptualización de los fenómenos, la variedad de formas posibles en que se los aborda teóricamente y la variedad de métodos de control de hipótesis con que contamos.
A esta altura de la humanidad, estamos de acuerdo en que el movimiento rectilíneo uniforme no despierta demasiada controversia respecto de lo que es. En cambio, en ciencia política no hay una única manera de definir todos los fenómenos que estudiamos. No entendemos todos exactamente lo mismo acerca de lo que una democracia es, de si estamos ante un país democrático o de si uno ya dejó de serlo. Tampoco podemos ponernos completamente de acuerdo sobre si ‘lo de Dilma’ en Brasil fue un juicio político ‘a secas’ o un nuevo tipo de golpe institucional.
Definir un concepto, un fenómeno, implica ponerle límites, decir explícitamente qué es y qué no es esto que estamos mirando, y nuestros conceptos evolucionan con la sociedad, están en constante transformación y nuevos datos los ponen a prueba todo el tiempo. Por eso necesitamos ser tan puntillosos en nuestras definiciones, en discutir nuestros conceptos, porque ellos son nuestra guía para ‘bajar’ al campo a observar, nos ‘dicen’ qué casos conviene incluir, qué datos recolectar y qué dejar afuera.
Gran parte de cómo se define un fenómeno tiene que ver con el marco teórico que elegimos para estudiarlo, con la manera en que otros lo han hecho antes y con avanzar a partir de los huecos o inconsistencias que encontramos (las que llamamos ‘lagunas’). Porque la ciencia es también acumulación de saber.
Al igual que en las ‘otras’ ciencias, la validación entre pares es fundamental: replicación de los estudios, evaluación de artículos, congresos y seminarios, proyectos colaborativos entre universidades y centros de estudio.


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